Mientras mis vecinos reportan que hoy (ya, ahora mismo, en este minuto) comenzó a funcionar la concretera, y que dentro de poco veremos sus efectos, hago un breve reporte de la protesta del viernes pasado.
Y aunque el momento en el que lo publico no se ajusta a la inmediatez que se espera de una noticia, al menos quedará para nuestra pequeña historia de luchas comunitarias.
El viernes 4 de mayo nos levantamos a las 5 de la mañana. Mientras preparaba el desayuno, mi hijo pintaba una pancarta a toda prisa. Me sentí un poco angustiada porque la falta de tiempo me impidió elaborar mejor la acción de protesta -la primera que haríamos de otras muchas- y no pude imprimir volantes o llevar material que explicara la actividad. Y aunque alcancé a pegar un aviso en mi edificio el día anterior, tampoco pude consultar para saber cuántos se motivarían a ir.
Era ya de día y me preocupaba el que la falta de tiempo, que a todos agobia en Caracas, mermara la efectividad de la protesta.
Me llevé a mi perro Whisky, porque así, al tiempo que participamos en la protesta, podría cumplir también con su acostumbrado paseo matutino. A las 8:30 tenía que estar en mi trabajo.
Llegamos al semáforo de Chuao a las 6:20 de la mañana. Allí estaba el doctor Carrillo. Nos miramos desalentados. Tres personas y un perro.
Esperamos.
"Será muy triste una protesta de tres personas" reflexionó mi hijo.
Poco antes de las siete comenzaron a llegar, todos juntos, como si se hubiesen puesto de acuerdo. Valentina acudió cargada de volantes para repartir y con dos pancartas, además de la suya. Repartió generosa. Iraís junto a otras cuatro vecinas, una de ellas muy mayor, a la que trajeron en un carro porque no puede caminar. Sandra con un tapabocas que le quedaba espectacular. Los dibujos de Rayma impresos en improvisadas pancartas llenaron la protesta de color e ingenio.Llegaron otros vecinos que conozco de vista pero no de nombre. De pronto, éramos casi treinta.
Al principio lucíamos un poco desordenados. La dinámica de ocupar el rayado, levantar las pancartas y salir de allí antes de que cambiara el semáforo, no era fácil de coordinar. Y algunos nos quedábamos del lado en el que no podíamos cruzar, para pasar la protesta a la otra calle.
Pero en pocos minutos, como si fuera una coreografía, nos sincronizamos. Bajábamos y levantamos las pancartas, salíamos y ocupábamos la calle, al tiempo que otros circulaban entre los carros repartiendo volantes o explicando a los conductores el problema de la concretera.
Llegaron los medios. Mientras unos declaraban, otros seguíamos la dinámica: pasar de un rayado al otro para no molestar la circulación del tránsito, pero haciéndonos sentir.
Tras media hora de protesta me di cuenta de que aquello era agotador.
Sin embargo, muy útil: casi nadie sabía que en Chuao existía una concretera. ¿Y dónde está eso? preguntaban..."siga adelante, cuando llegue a la avenida Río de Janeiro, justo frente a La Carlota, mire a su izquierda. Son dos torres blancas con franjas rojas que sobresalen en el paisaje" les decíamos.
"¿Una concretera? ¿Qué es eso?" Y vuelta a explicar el asunto.
Hasta al fiscal de tránsito le contamos la historia, mientras la gente que esperaba el metrobús nos daba la razón.
Hubo uno que otro mensaje agresivo, pero la gran mayoría nos brindó su apoyo. Muchos tocaron corneta para alentarnos.
Cuando regresamos, cerca de las 8 de la mañana, mi hijo de 18 años me dijo: "Me gustó asistir a esta actividad, conocí a la gente que vive aquí y me sentí útil explicando lo que está pasando".
Creo que él no es de los que se quiere ir demasiado.
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